Buenas. En este mes de marzo, inicio de la primavera, no podíamos faltar con el ejercicio correspondiente de Adictos a la Escritura. La consigna de esta vez se dividió en dos fases: en primer lugar, los participantes debían escribir una escena corta que después sería sorteada entre los participantes del ejercicio. La segunda fase consiste, simple y sencillamente, en escribir un relato basándose en la escena.
Me tocó desarrollar la escena de Bess (ojalá ella haya tenido suerte con la mía), y aquí está el resultado. Cabe aclarar que este ejercicio fue más complicado de lo que pensaba, puesto que ha sido de las ontadas ocasiones en las que no fui capaz de ver claramente el final desde el comienzo...
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miércoles, 26 de marzo de 2014
martes, 25 de febrero de 2014
La Tormenta (La primera frase)
En el mes del amor y la amistad no venimos con el típico ejercicio que desborda miel por los cuatro costados. Pero para que nadie extrañe al buen San Valentín, Adictos a la Escritura organizó un pequeño especial con temática amorosa, mismo que puede ser leído aquí o aquí. En esta entrada nos dedicaremos al ejercicio oficial de febrero.
En esta ocasión la consigna fue bastante peculiar: se debía tomar la primera frase de un libro y desarrollar una historia completamente original a partir de ella. Para fines prácticos, entenderemos como una frase completa aquella que desarrolla una idea completa, valga la redundancia. Al principio pensé en tomar una frase de alguno de los libros de Stephenie Meyer o de Paulo Cohelo, pero mejorar sus historia no consistía en reto alguno para mí.
Así, me decanté por tomar la primera frase del libro Mala Yerba, del autor mexicano Mariano Azuela. Su libro es una novela costumbrista que versa, entre otras cosas, del régimen hacendatario de finales del siglo antepasado. Pero mi historia es por completo diversa.
Y, sin más dilación, comenzamos.
En esta ocasión la consigna fue bastante peculiar: se debía tomar la primera frase de un libro y desarrollar una historia completamente original a partir de ella. Para fines prácticos, entenderemos como una frase completa aquella que desarrolla una idea completa, valga la redundancia. Al principio pensé en tomar una frase de alguno de los libros de Stephenie Meyer o de Paulo Cohelo, pero mejorar sus historia no consistía en reto alguno para mí.
Así, me decanté por tomar la primera frase del libro Mala Yerba, del autor mexicano Mariano Azuela. Su libro es una novela costumbrista que versa, entre otras cosas, del régimen hacendatario de finales del siglo antepasado. Pero mi historia es por completo diversa.
Y, sin más dilación, comenzamos.
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La flor junto al camino (Especial San Valentín)
Para que nadie diga que en el grupo de Adictos a la Escritura no somos románticos, a mediados de febrero se organizó también un miniejercicio que consistió en la escritura de un microrrelato sobre el amor (o algo así). Aquí se los dejo, para los lectores curiosos:
La flor junto al camino.
El hombre, al cortar una flor para su amada, se pinchó un dedo. No le hizo mucho caso a la sangre que brotó, ya que la amaba. A medio camino comenzó a sentir un escozor en el dedo pinchado y, metros más adelante, el hombre se convirtió en estatua de sal. Así permanece, con la flor marchita en la mano, hasta el día de hoy.
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La flor junto al camino.
El hombre, al cortar una flor para su amada, se pinchó un dedo. No le hizo mucho caso a la sangre que brotó, ya que la amaba. A medio camino comenzó a sentir un escozor en el dedo pinchado y, metros más adelante, el hombre se convirtió en estatua de sal. Así permanece, con la flor marchita en la mano, hasta el día de hoy.
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Y ya está, eso es todo. Sé que es un poco tarde, pero quiero desearles un feliz SV. Disfruten a su pareja, a sus amigos, a su familia y, por qué no, también a sus mascotas. Nos leemos pronto.
lunes, 27 de enero de 2014
Navegante (escritura sorpresa)
Hola qué tal. Comenzamos el 2014 con una nueva historia para Adictos a la Escritura. En esta ocasión, el ejercicio a desarrollar fue muy simple y divertido, ya que contaba con el factor sorpresa de su lado.
Se llamó "Escritura sorpresa - Los géneros ocultos" y constó de lo siguiente: en una primera fase se presentaron una serie de seis imágenes diversas y debidamente numeradas de las cuales solamente debíamos escoger. Y ahora, aquí viene lo interesante: cada imagen tenía un género asociado a ella que no se reveló sino hasta días después. Así que en conclusión, debíamos escribir una breve historia relacionada con la imagen que habíamos escogido y que correspondiera al género que nos había tocado.
A mí me tocó la siguiente imagen y el género FANTÁSTICO. Aquí está el resultado.
Navegante
La niña vivía a la orilla del mar y practicaba dos artes muy parecidas: la magia y la escultura. Ambas estaban prohibidas.
Hace mucho tiempo los pescadores de aquél poblado olvidado del mundo proscribieron cualquier tipo de arte mística por motivos que aún desconocemos. También sacrificaron a todos los pintores, escritores y artesanos.
Cuando a los seis años la niña descubrió que podía crear con sus manos, cometió el error de comentárselo a una amiga, quien rápidamente esparció la noticia. Fueron los desesperados ruegos de su madre quienes la salvaron de morir ejecutada. Ella juró por todo lo sagrado que jamás volvería a crear nada con sus manos hasta el día de su muerte. Está por demás decir que juró en vano.
A los siete años descubrió algo más. Comenzó como un leve cosquilleo que recorría su cuerpo a través de su sangre, una sensación que poco a poco la llenaba desde el fondo de su alma. Si hubiera podido hablar con alguien, hubiera descrito su sentir como una planta que se abre paso entre las piedras para poder convertirse en un gran árbol. Aquello, era la magia.
Lo supo cabalmente un día en que, sin querer, unas palabras desconocidas salieron de su boca. Al instante todo el rocío que reposaba sobre el césped a su alrededor se transformó en pequeñas burbujas color púrpura que reventaron tras unos breves segundos de existencia. La niña estaba muy emocionada con su reciente descubrimiento pero esta vez, de forma sensata, lo mantuvo en secreto.
A partir de ahí pasó tardes enteras entrenando sus nuevas habilidades en un rincón secreto de la playa. Nadie pasaba por ahí y, si de casualidad alguien se acercaba, podía ocultarse en una vieja barca abandonada en las inmediaciones. Muy pronto fue capaz de combinar sus dos talentos, utilizando la magia para esculpir y darle vida a sus creaciones.
Del barro o de los desperdicios metálicos surgían gran cantidad de figuras, desde barquitos hasta enormes perros. Pasaba las tardes y noches jugando con ellos y, cuando los dotaba también del don del habla, se contaban mutuamente infinidad de historias.
Su favorita, sin embargo, era una escultura de alambre, con forma humanoide y de tamaño natural que le había costado dos días en concluir. Esta era la que mejores historias contaba y la que la hacía más feliz porque, además de todo, le gustaba contemplar el mar junto a ella.
“Puede que mi cuerpo sea solo alambre, pero mi espíritu proviene del mar. Soy el hijo de las olas y vástago de las estrellas. Mi lugar está más allá de los confines de lo posible”. Le decía esto constantemente y, cuando lo hacía, a la niña le entraban ganas de llorar.
Con el pasar de los años la niña se convirtió en una hermosa mujer que no se cansaba de rechazar a los pretendientes del pueblo pues estaba enamorada de su escultura de alambre que tantas historias contaba. Tan prendada estaba de ese espíritu navegante que se olvidó de crear otras esculturas y hasta la magia, tan llena de vida en otro tiempo, se tornó fría y monótona.
Algo extraño había pasado también en ese tiempo, aunque ella no lo notara. Y es que su escultura había cambiado: la arena se había ido pegando a los delgados alambres que conformaban su esqueleto, creando algo semejante a la carne y a la piel. Ahora era un hombre de piel pálida y arenosa. Sin embargo, la mujer lo seguía amando porque ella lo había creado y le contaba historias maravillosas.
“Mi lugar está con los soles del firmamento y algún día he de volver a ellos, pero antes necesito prepararme. Tengo ya piel, huesos y carne, pero me falta cabello. ¿Podrías tú darme un poco?”
La mujer, que tanto lo amaba, no tardó en cumplir su deseo. Pero había olvidado ya el lenguaje de la magia y solo pudo cortarse su propio cabello para otorgárselo a él. Lo amaba tanto que le daría lo que fuera: sus uñas, sus labios, su lengua y sus ojos. Así, la mujer se convirtió en una anciana ciega.
“Muy pronto he de volver a donde pertenezco”, le dijo un día la escultura. “Pero antes debes ayudarme a reparar esta barca para navegar hasta mi hogar”. Y la anciana, que tanto lo amaba por las hermosas historias que le contaba, ocupó las últimas fuerzas que le quedaban para reparar la pequeña embarcación. Cuando terminó, cayó desfallecida sin poder apenas respirar.
Se arrastró con su último aliento hasta donde estaba su escultura y le rogó con sollozos, pues ya no podía hablar, que la llevara con él. Y cuando él se negó, no pudo hacer más que estallar en llanto.
“No llores, que podemos remediarlo”, le dijo la escultura. “Solo tienes que darme un corazón para que yo pueda amarte también”.
Al siguiente día, unos pescadores perdidos hallaron el cuerpo sin vida de la anciana ciega sobre la arena. Tenía una gran sonrisa en el rostro aunque parecía que le hubieran arrancado el corazón del pecho. A su lado se veían, sobre la arena, otro par de huellas junto a las marcas que deja una barca al ser arrastrada por la costa.
Uno de los pescadores alzó la vista, esperando hallar quizás al culpable en alta mar. No vio nada más que el cielo nublado reflejándose en la superficie cristalina del agua.
Se llamó "Escritura sorpresa - Los géneros ocultos" y constó de lo siguiente: en una primera fase se presentaron una serie de seis imágenes diversas y debidamente numeradas de las cuales solamente debíamos escoger. Y ahora, aquí viene lo interesante: cada imagen tenía un género asociado a ella que no se reveló sino hasta días después. Así que en conclusión, debíamos escribir una breve historia relacionada con la imagen que habíamos escogido y que correspondiera al género que nos había tocado.
A mí me tocó la siguiente imagen y el género FANTÁSTICO. Aquí está el resultado.
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Navegante
La niña vivía a la orilla del mar y practicaba dos artes muy parecidas: la magia y la escultura. Ambas estaban prohibidas.
Hace mucho tiempo los pescadores de aquél poblado olvidado del mundo proscribieron cualquier tipo de arte mística por motivos que aún desconocemos. También sacrificaron a todos los pintores, escritores y artesanos.
Cuando a los seis años la niña descubrió que podía crear con sus manos, cometió el error de comentárselo a una amiga, quien rápidamente esparció la noticia. Fueron los desesperados ruegos de su madre quienes la salvaron de morir ejecutada. Ella juró por todo lo sagrado que jamás volvería a crear nada con sus manos hasta el día de su muerte. Está por demás decir que juró en vano.
A los siete años descubrió algo más. Comenzó como un leve cosquilleo que recorría su cuerpo a través de su sangre, una sensación que poco a poco la llenaba desde el fondo de su alma. Si hubiera podido hablar con alguien, hubiera descrito su sentir como una planta que se abre paso entre las piedras para poder convertirse en un gran árbol. Aquello, era la magia.
Lo supo cabalmente un día en que, sin querer, unas palabras desconocidas salieron de su boca. Al instante todo el rocío que reposaba sobre el césped a su alrededor se transformó en pequeñas burbujas color púrpura que reventaron tras unos breves segundos de existencia. La niña estaba muy emocionada con su reciente descubrimiento pero esta vez, de forma sensata, lo mantuvo en secreto.
A partir de ahí pasó tardes enteras entrenando sus nuevas habilidades en un rincón secreto de la playa. Nadie pasaba por ahí y, si de casualidad alguien se acercaba, podía ocultarse en una vieja barca abandonada en las inmediaciones. Muy pronto fue capaz de combinar sus dos talentos, utilizando la magia para esculpir y darle vida a sus creaciones.
Del barro o de los desperdicios metálicos surgían gran cantidad de figuras, desde barquitos hasta enormes perros. Pasaba las tardes y noches jugando con ellos y, cuando los dotaba también del don del habla, se contaban mutuamente infinidad de historias.
Su favorita, sin embargo, era una escultura de alambre, con forma humanoide y de tamaño natural que le había costado dos días en concluir. Esta era la que mejores historias contaba y la que la hacía más feliz porque, además de todo, le gustaba contemplar el mar junto a ella.
“Puede que mi cuerpo sea solo alambre, pero mi espíritu proviene del mar. Soy el hijo de las olas y vástago de las estrellas. Mi lugar está más allá de los confines de lo posible”. Le decía esto constantemente y, cuando lo hacía, a la niña le entraban ganas de llorar.
Con el pasar de los años la niña se convirtió en una hermosa mujer que no se cansaba de rechazar a los pretendientes del pueblo pues estaba enamorada de su escultura de alambre que tantas historias contaba. Tan prendada estaba de ese espíritu navegante que se olvidó de crear otras esculturas y hasta la magia, tan llena de vida en otro tiempo, se tornó fría y monótona.
Algo extraño había pasado también en ese tiempo, aunque ella no lo notara. Y es que su escultura había cambiado: la arena se había ido pegando a los delgados alambres que conformaban su esqueleto, creando algo semejante a la carne y a la piel. Ahora era un hombre de piel pálida y arenosa. Sin embargo, la mujer lo seguía amando porque ella lo había creado y le contaba historias maravillosas.
“Mi lugar está con los soles del firmamento y algún día he de volver a ellos, pero antes necesito prepararme. Tengo ya piel, huesos y carne, pero me falta cabello. ¿Podrías tú darme un poco?”
La mujer, que tanto lo amaba, no tardó en cumplir su deseo. Pero había olvidado ya el lenguaje de la magia y solo pudo cortarse su propio cabello para otorgárselo a él. Lo amaba tanto que le daría lo que fuera: sus uñas, sus labios, su lengua y sus ojos. Así, la mujer se convirtió en una anciana ciega.
“Muy pronto he de volver a donde pertenezco”, le dijo un día la escultura. “Pero antes debes ayudarme a reparar esta barca para navegar hasta mi hogar”. Y la anciana, que tanto lo amaba por las hermosas historias que le contaba, ocupó las últimas fuerzas que le quedaban para reparar la pequeña embarcación. Cuando terminó, cayó desfallecida sin poder apenas respirar.
Se arrastró con su último aliento hasta donde estaba su escultura y le rogó con sollozos, pues ya no podía hablar, que la llevara con él. Y cuando él se negó, no pudo hacer más que estallar en llanto.
“No llores, que podemos remediarlo”, le dijo la escultura. “Solo tienes que darme un corazón para que yo pueda amarte también”.
Al siguiente día, unos pescadores perdidos hallaron el cuerpo sin vida de la anciana ciega sobre la arena. Tenía una gran sonrisa en el rostro aunque parecía que le hubieran arrancado el corazón del pecho. A su lado se veían, sobre la arena, otro par de huellas junto a las marcas que deja una barca al ser arrastrada por la costa.
Uno de los pescadores alzó la vista, esperando hallar quizás al culpable en alta mar. No vio nada más que el cielo nublado reflejándose en la superficie cristalina del agua.
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Y eso es todo por hoy. Sé que no es mi mejor trabajo hasta ahora, pero tampoco tuve mucho tiempo. Por ahí me dicen qué tal les pareció.
sábado, 21 de diciembre de 2013
La historia de Ana (el tic navideño)
Regresamos con la historia creada para el ya famoso blog Adictos a la Escritura. En esta ocasión, la consigna sí es navideña y consta de lo siguiente, más o menos: escribir una historia corta que gire en torno a un tic o manía que sólo se presente en navidad. A mí me salió este cuento, ya ustedes dirán si es de su agrado:
La historia de Ana.
Su nombre era Ana. Cualquiera que la hubiese conocido habría dicho que se trataba de una mujer común y corriente: trabajadora, buena hija y amorosa esposa. Y lo era. Sin embargo, había algo que toda su familia ignoraba, un aspecto de ella que se debía mantener en el más absoluto secreto. Y es que, desde hacía quince años, cada veinticinco de diciembre, Ana salía de su casa a las dos de la mañana para dirigirse quién sabe a dónde.
Esta conducta era invariable. Así la noche estuviera bajo cero o la misma Ana padeciera de alguna enfermedad, siempre salía la madrugada de navidad. Lo hacía desde que vivía con sus padres, continuó haciéndolo cuando se independizó y no paró cuando se mudó con su pareja.
Ana pensó que el compartir su lecho con alguien más constituiría un obstáculo para su actuar pero, para su fortuna, su marido tenía el sueño más pesado que las piedras mismas. Así, durante los tres años que estuvo casada, no fue preciso contarle nada a su pareja.
¿A dónde iba cada veinticinco de diciembre? Y, más importante aún, ¿por qué solo lo hacía en esa fecha? Estas preguntas seguirían en la más completa oscuridad sí no hubiera estado lloviendo de forma inusual una de tantas aquellas navidades. La tormenta obligó a Ana, en aquella ocasión, a llamar un taxi para que la llevara a su secreto destino.
El taxista, según contó después a un amigo, no notó nada extraño en Ana fuera de que llevara una bata de lana cubriendo su pijama. Ana estuvo muy platicadora durante el trayecto y hasta hizo un par de bromas. Cuando el taxista le preguntó la razón de tan inusual hora para trasladarse en la ciudad, Ana simplemente le contestó que un pariente suyo se había puesto mal y que requería de su presencia para atenderlo.
A mitad del trayecto, desafortunadamente, dejó de llover y Ana abandonó el taxi antes de llegar a su destino. El taxista alcanzó a ver todavía cómo la mujer caminaba por una gran avenida arbolada y después doblaba en una calle cuya esquina estaba ocupada por una florería.
Es preciso aclarar que su marido jamás notó tal conducto gracias a dos cosas: el día de navidad él solía levantarse tarde y Ana siempre tenía el cuidado de volver antes de que el sol saliera.
Nadie jamás interrogó a Ana sobre tal conducta porque ella no se lo dijo a nadie; hasta sus padres ignoran este aspecto de su hija. Además, Ana siempre actuó normalmente la mañana del día de navidad: ninguna señal de insomnio o de cansancio se vio en ella. Es más, hasta hay quienes dicen que la veían más alegre que de costumbre ese día.
Una vez más preguntamos: ¿a dónde va Ana? Posiblemente ustedes jamás lo sepan, pero yo estoy seguro de algo: esta navidad, cuando ella vuelva a escabullirse para su cita anual, no volverá a su casa. Su esposo, por la mañana, llamará desesperado a la policía y a los servicios de emergencia. Sus padres gastarán todo lo que tienen en buscarla por meses y, al final, gastados por la tristeza y la desesperación, se darán muerte el uno al otro.
¿Dónde desaparecerá Ana? No se los puedo decir, pero sí les puedo participar algo: nadie jamás la volverá a ver.
No sé si pueda escribir una entrada al respecto, pero por si las dudas se los digo de una vez: ¡Feliz navidad! y un muy buen año 2014, lleno de historias para leer, para contar y, sobre todo, para escribir...
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La historia de Ana.
Su nombre era Ana. Cualquiera que la hubiese conocido habría dicho que se trataba de una mujer común y corriente: trabajadora, buena hija y amorosa esposa. Y lo era. Sin embargo, había algo que toda su familia ignoraba, un aspecto de ella que se debía mantener en el más absoluto secreto. Y es que, desde hacía quince años, cada veinticinco de diciembre, Ana salía de su casa a las dos de la mañana para dirigirse quién sabe a dónde.
Esta conducta era invariable. Así la noche estuviera bajo cero o la misma Ana padeciera de alguna enfermedad, siempre salía la madrugada de navidad. Lo hacía desde que vivía con sus padres, continuó haciéndolo cuando se independizó y no paró cuando se mudó con su pareja.
Ana pensó que el compartir su lecho con alguien más constituiría un obstáculo para su actuar pero, para su fortuna, su marido tenía el sueño más pesado que las piedras mismas. Así, durante los tres años que estuvo casada, no fue preciso contarle nada a su pareja.
¿A dónde iba cada veinticinco de diciembre? Y, más importante aún, ¿por qué solo lo hacía en esa fecha? Estas preguntas seguirían en la más completa oscuridad sí no hubiera estado lloviendo de forma inusual una de tantas aquellas navidades. La tormenta obligó a Ana, en aquella ocasión, a llamar un taxi para que la llevara a su secreto destino.
El taxista, según contó después a un amigo, no notó nada extraño en Ana fuera de que llevara una bata de lana cubriendo su pijama. Ana estuvo muy platicadora durante el trayecto y hasta hizo un par de bromas. Cuando el taxista le preguntó la razón de tan inusual hora para trasladarse en la ciudad, Ana simplemente le contestó que un pariente suyo se había puesto mal y que requería de su presencia para atenderlo.
A mitad del trayecto, desafortunadamente, dejó de llover y Ana abandonó el taxi antes de llegar a su destino. El taxista alcanzó a ver todavía cómo la mujer caminaba por una gran avenida arbolada y después doblaba en una calle cuya esquina estaba ocupada por una florería.
Es preciso aclarar que su marido jamás notó tal conducto gracias a dos cosas: el día de navidad él solía levantarse tarde y Ana siempre tenía el cuidado de volver antes de que el sol saliera.
Nadie jamás interrogó a Ana sobre tal conducta porque ella no se lo dijo a nadie; hasta sus padres ignoran este aspecto de su hija. Además, Ana siempre actuó normalmente la mañana del día de navidad: ninguna señal de insomnio o de cansancio se vio en ella. Es más, hasta hay quienes dicen que la veían más alegre que de costumbre ese día.
Una vez más preguntamos: ¿a dónde va Ana? Posiblemente ustedes jamás lo sepan, pero yo estoy seguro de algo: esta navidad, cuando ella vuelva a escabullirse para su cita anual, no volverá a su casa. Su esposo, por la mañana, llamará desesperado a la policía y a los servicios de emergencia. Sus padres gastarán todo lo que tienen en buscarla por meses y, al final, gastados por la tristeza y la desesperación, se darán muerte el uno al otro.
¿Dónde desaparecerá Ana? No se los puedo decir, pero sí les puedo participar algo: nadie jamás la volverá a ver.
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No sé si pueda escribir una entrada al respecto, pero por si las dudas se los digo de una vez: ¡Feliz navidad! y un muy buen año 2014, lleno de historias para leer, para contar y, sobre todo, para escribir...
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