sábado, 21 de diciembre de 2013

La historia de Ana (el tic navideño)

Regresamos con la historia creada para el ya famoso blog Adictos a la Escritura. En esta ocasión, la consigna sí es navideña y consta de lo siguiente, más o menos: escribir una historia corta que gire en torno a un tic o manía que sólo se presente en navidad. A mí me salió este cuento, ya ustedes dirán si es de su agrado:


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La historia de Ana.

Su nombre era Ana. Cualquiera que la hubiese conocido habría dicho que se trataba de una mujer común y corriente: trabajadora, buena hija y amorosa esposa. Y lo era. Sin embargo, había algo que toda su familia ignoraba, un aspecto de ella que se debía mantener en el más absoluto secreto. Y es que, desde hacía quince años, cada veinticinco de diciembre, Ana salía de su casa a las dos de la mañana para dirigirse quién sabe a dónde.

     Esta conducta era invariable. Así la noche estuviera bajo cero o la misma Ana padeciera de alguna enfermedad, siempre salía la madrugada de navidad. Lo hacía desde que vivía con sus padres, continuó haciéndolo cuando se independizó y no paró cuando se mudó con su pareja.

     Ana pensó que el compartir su lecho con alguien más constituiría un obstáculo para su actuar pero, para su fortuna, su marido tenía el sueño más pesado que las piedras mismas. Así, durante los tres años que estuvo casada, no fue preciso contarle nada a su pareja.

     ¿A dónde iba cada veinticinco de diciembre? Y, más importante aún, ¿por qué solo lo hacía en esa fecha? Estas preguntas seguirían en la más completa oscuridad sí no hubiera estado lloviendo de forma inusual una de tantas aquellas navidades. La tormenta obligó a Ana, en aquella ocasión, a llamar un taxi para que la llevara a su secreto destino.

     El taxista, según contó después a un amigo, no notó nada extraño en Ana fuera de que llevara una bata de lana cubriendo su pijama. Ana estuvo muy platicadora durante el trayecto y hasta hizo un par de bromas. Cuando el taxista le preguntó la razón de tan inusual hora para trasladarse en la ciudad, Ana simplemente le contestó que un pariente suyo se había puesto mal y que requería de su presencia para atenderlo.

     A mitad del trayecto, desafortunadamente, dejó de llover y Ana abandonó el taxi antes de llegar a su destino. El taxista alcanzó a ver todavía cómo la mujer caminaba por una gran avenida arbolada y después doblaba en una calle cuya esquina estaba ocupada por una florería.

     Es preciso aclarar que su marido jamás notó tal conducto gracias a dos cosas: el día de navidad él solía levantarse tarde y Ana siempre tenía el cuidado de volver antes de que el sol saliera.

     Nadie jamás interrogó a Ana sobre tal conducta porque ella no se lo dijo a nadie; hasta sus padres ignoran este aspecto de su hija. Además, Ana siempre actuó normalmente la mañana del día de navidad: ninguna señal de insomnio o de cansancio se vio en ella. Es más, hasta hay quienes dicen que la veían más alegre que de costumbre ese día.

     Una vez más preguntamos: ¿a dónde va Ana? Posiblemente ustedes jamás lo sepan, pero yo estoy seguro de algo: esta navidad, cuando ella vuelva a escabullirse para su cita anual, no volverá a su casa. Su esposo, por la mañana, llamará desesperado a la policía y a los servicios de emergencia. Sus padres gastarán todo lo que tienen en buscarla por meses y, al final, gastados por la tristeza y la desesperación, se darán muerte el uno al otro.

     ¿Dónde desaparecerá Ana? No se los puedo decir, pero sí les puedo participar algo: nadie jamás la volverá a ver.

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No sé si pueda escribir una entrada al respecto, pero por si las dudas se los digo de una vez: ¡Feliz navidad! y un muy buen año 2014, lleno de historias para leer, para contar y, sobre todo, para escribir...