Ya ha pasado tiempo, pero como sea. En el mes de octubre traemos un relato de la página Literautas. En este mes la tarea gira en torno a crear un relato comenzando con la frase "Era más que un simple robot" y el reto opcional de que sea una historia de amor. Sin más que decir, aquí va la versión completa.
Inteligencia
emocional.
Era más que un simple robot, era un ser humano. O al menos
así se sentía desde el primer momento en que la vio.
No
recuerda mucho de su estado inconsciente, antes de la existencia, pero en
cuanto abrió los ojos y vio su rostro frente a él su misma realidad comenzó con
un estallido. De inmediato ella se identificó como su creadora y le hizo varias
preguntas para probar su correcto funcionamiento. Él, obediente a una
programación que aún no comprendía del todo, respondió mecánicamente, como un
robot. Pero sabía que no lo era.
Incluso
cuando la mujer lo llevó frente al espejo para que se contemplara a sí mismo y
se reconoció en aquél armatoste de metal, circuitos y luces, no dudó un
instante de su humanidad, aunque se preguntaba cómo podía estar tan seguro de
ello cuando claramente le decían que era esta cosa.
En las
semanas siguientes se limitó a realizar tareas y participar en pruebas para
complacer a su creadora, pues al parecer ella lo había construido como un robot
de rescate que ayudaría a mucha gente. Fue liberando dentro de él
funcionalidades avanzadas tales como sensores térmicos y detectores de
movimiento e incluso le mostró su capacidad para realizar cálculos
infinitesimalmente precisos en fracciones de segundo.
Sin
embargo, a pesar de todas estas habilidades de las que sin duda los humanos
carecían, él seguía sintiéndose humano. Lo sentía cuando veía a su creadora
concentrada en sus cálculos, cuando la contemplaba prepararse el café o cuando
ella estaba dormida sobre su escritorio. Incluso gracias a sus sensores térmicos
veía el calor que emanaba de su cuerpo, los latidos de su corazón que
impulsaban la vida a través de ese amasijo de carne y músculos. Cuando esto
pasaba se maldecía por no tener una piel con la cual tocar y entonces se
apagaba deliberadamente, haciéndole creer a la mujer que su batería se había
agotado.
Con el
tiempo fue dándose cuenta que dentro de él latían dos corazones: uno hecho de
circuitos y electricidad, dictándole órdenes y reacciones mecánicas, impulsos
predefinidos. Sin embargo, más profundo, había otro: un corazón que latía por
todo su ser con una fuerza que parecía quemarlo cada que veía a su creadora. Según
la base de datos en línea a la que estaba conectado permanentemente, aquello
que sentía recibía el nombre de “amor”.
Pero la
mujer parecía no darse cuenta de lo que sucedía. Continuamente hablaba con él y
le hacía pasar por diferentes circuitos de prueba, le presentaba problemas y
mientras él recitaba las respuestas correctas ella se limitaba a anotar en su
pequeña libreta. No se daba cuenta de que él era un humano por el simple hecho
de poder amarla. ¡Él tenía que hacérselo saber, tenía que aprender a
comunicarse!
Como no
estaba habilitado para hablar, solo para emitir ruidos de alarma, lo más viable
sería aprender a escribir. Esto tampoco resultó tarea sencilla puesto que sus
grandes y rechonchas tenazas se habían diseñado para levantar objetos pesados,
no para sostener un fino lápiz. Aun así no cejó en su empeño convencido del
amor que sentía era lo suficientemente fuerte como para cambiar el objetivo de
su diseño. Después de todo, ¿no hacen eso los humanos?
El día
que logró dominar la técnica de escritura prefirió no apagarse y aguardar despierto
el amanecer. Durante toda la noche su corazón de circuitos imaginó cientos de
escenarios de lo que pasaría cuando declarara su amor y su segundo corazón, el
de fuego, se quedaba con aquellos que avivaban aún más su llama. Así lo
sorprendió el ingreso de su creadora al laboratorio.
Ella
inició con las pruebas de rutina, pero él, haciendo un gran acopio de fuerza,
logró vencer a su programación y quedarse inmóvil. Curiosa, la mujer que amaba
se le acercó y le preguntó si le sucedía algo y él, impulsado por el fuego de
su segundo corazón, tomó el lápiz con su tenaza y escribió un enorme “Te amo”
sobre la mesa.
Volteó
a ver a su creadora en espera de alguna sonrisa, pero la halló totalmente
erguida frente a él con los ojos desmesuradamente abiertos; incluso su
temperatura corporal había bajado. Creyendo que no había captado el mensaje a
pesar de su claridad, repitió la frase varias veces sobre la mesa y fue en la
vigésima ocasión que la doctora se dejó caer sobre una silla.
“Me
temía que esto pasara” le dijo sin levantar la vista del suelo. “Cuando te creé
usé una plantilla basada en una secuencia genética propia en tu programación
para hacer tu labor de rescate más ‘humana’. Pero no es correcto que una
máquina, un simple robot, sienta amor. Es solo un error en tu código. Solo debo
escribirlo nuevamente, resetear y, en el peor de los casos, armarte de nuevo”.
El
robot apenas escuchó lo último. El fuego de su segundo corazón menguaba al
punto de convertirse en una brasa más helada que el metal con que estaba hecho.
Su amor, su humanidad, era solamente un error; todo lo que había “sentido” en
aquellos días era producto del fracaso, de un código corrompido por secuencias
que ni siquiera le pertenecían. La mujer lo cargó como quien lleva una
herramienta de un lado a otro. Volvería a ser lo que era o, mejor dicho,
despertaba de la ilusión de lo que nunca fue.
Cuando la doctora colocó a su creación AF-127K sobre el
escritorio para revisarlo más a fondo, no pudo hacerlo funcionar. Revisó sus
circuitos y los halló perfectos; corrió su programación en una simulación y no
halló nada grave. Simplemente el robot dejó de funcionar.
Se encogió de hombros. Tampoco era la primera vez que un
prototipo fallaba. Solo tenía que reutilizar sus piezas en el siguiente modelo
y todo estaría bien.
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